La poetisa colombiana Amparo Calvo Ocampo nos deja ver a través de su obra un hermoso resurgir luego de muchos años de encierro, tras la muerte temprana de su hijo Héctor Fabio y el asesinato de su otro descendiente, el también poeta Andrés Felipe Llano Calvo.
Amparo rinde homenaje a los 20 indígenas de Caloto danzando con su canto en aquel lugar de ritual muisca para hermanar pueblos y lugares.
Nos habla con musicalidad de la heroicidad de Camilo Torres Restrepo, de su hermano Jairo (Ernesto) asesinado, de aquellos muchachos y muchachas que quisieron cambiar el mundo en los 60, 70 y 80, a esos que caminaban por trochas con el morral al hombro en busca de sueños.
Nací en Pereira, 1944. Corrían los años 80 cuando me inscribí en la Cámara de Comercio para un recital de poetas risaraldenses y fue en ese momento que la paloma en su raudo vuelo enarboló mis primeros versos. Unos años después me puse en contac – to con la escuela de Museo Rayo en Roldanillo donde el maestro Omar Rayo y su esposa Águeda Pizarro, preparaban a un grupo de mujeres poetas colombianas con toda la magia de la poesía. Esa fue una gran motiva – ción para escribir la mayor parte de mis poemas. También en Cartago, la ciudad donde resido, se preparaban para un encuen – tro a nivel nacional. Allí llegaron poetas, pintores y artesanos de diferen – tes partes del país con sus metáforas y los paisajes de su yo existencial, mien – tras los otros artistas plasmaban en sus lienzos las convulsiones de nuestra guerra. Allí también incursionaron los artesanos con su tallaje geométrico haciéndome admirar más el arte precolombino.